Bocados de realidad XLVII


Somos conscientes, se nos recuerda a menudo, de que vivimos tiranizados por la prisa: el presente caduca inmediatamente, aquello que en un momento dado acapara nuestro interés tarda muy poco en perderlo porque este se desplaza hacia algo más novedoso y aquello a lo que hasta hace un momento dedicábamos nuestra atención pasa a parecernos intrascendente o directamente cae en el olvido.

Mi relación con las fotografías que hago se ve afectada también por ese fenómeno y la verdad es que no me gusta. Hago bastantes fotografías, ya sabéis que mi ventana da mucho de sí, y siempre las últimas son las que absorben mi interés, las que he hecho apenas unos días antes me parecen ya pasadas, superadas, aunque ni siquiera me haya detenido con ellas a editarlas, a veces incluso sin haber hecho nuevas fotos quiero encontrar motivos y planteamientos nuevos y desdeño las que ya he hecho, otras veces hago varias sobre el mismo motivo, por ejemplo, en estos día lluviosos, sobre las gotas de agua en el cristal. Cuando acabo de hacerlas pienso que tengo un montón de material sobre el que trabajar, pero una vez que resuelvo una de ellas, que la doy por terminada, las otras pierden interés. Al día siguiente una lluvia fuerte azota mi ventana, si ayer en las fotos que hice las gotas estaban quietas, posadas sobre el vidrio hoy se deslizan hacia abajo trazando líneas de agua, más tarde el sol consigue asomarse entre las nubes y las hace brillar, hoy el agua viene de hostigo y las gotas de lluvia al chocar contra el cristal dejan trazos inclinados como arañazos, o caricias, según se mire. Siendo la misma todas son distintas. No digamos si varío la apertura del diafragma o pongo el enfoque en manual y disparo con distintos grados de enfoque el fondo y las gotas de agua. Las posibilidades se vuelven infinitas.

Las siguientes dos fotografías tienen el mismo motivo y están hechas en la misma sesión, lo que varía es la forma de enfocar:



No puedo evitar hacer esas fotos aunque el motivo sea muy similar, disparo una y otra vez, pero luego me da pereza procesarlas, es como si mi disfrute se limitara a verlas por el visor, imaginarlas y apretar el botón. No me gusta que esto sea así, ya lo he dicho, aunque pienso que todo ese material queda ahí y espero retomarlo en épocas de escasez; ya he dicho en alguna ocasión que de vez en cuando me doy una vuelta por el archivo y siempre encuentro algún pequeño tesoro, tampoco es raro que, en esos paseos, retome alguna fotografía terminada y la modifique. Siempre que hago esto me acuerdo de haber leído a Muñoz Molina referirse a algunos pintores que han dedicado su vida y su obra a pintar una y otra vez el mismo cuadro, el mismo paisaje, el mismo motivo, con una introspección en los detalles que sólo sus ojos o una mirada muy atenta puede encontrar las diferencias entre los más cercanos en el tiempo, persiguiendo una perfección imposible, un abandonarse a ese convencimiento que tiene todo autor de una obra de creación de que ésta nunca está acabada, de que siempre se puede cambiar algo que la mejorará, nosotros mismos también cambiamos: nuestros conocimientos, nuestros criterios y nuestro estado de ánimo cambian en el tiempo por lo que dos veces que nos planteemos una obra llegaremos a soluciones distintas. Muchas veces la existencia de un plazo acordado de entrega, si se trata de un trabajo profesional, es lo único que puede arrancársela de las manos y evitar que siga modificándola.

Sin embargo, algunas veces, cuando vuelvo sobre fotos antiguas, como las que pondré más adelante, encuentro tanto fotos sin trabajar y otras en las que sí lo hice y llegué a dar por terminadas. En el caso de estas últimas, si se me ocurre un nuevo encuadre, un nuevo planteamiento de la foto, siento cierto reparo en hacerlo y pienso que debo respetar la decisión que tomó el yo de entonces y dudo entre retocarla o dejarla como está. Ayer mismo leía en la última novela de Javier Marías una cita que atribuye a “un escritor llamado Pombo” y según la cual el retorno es la forma de infidelidad más profunda.

No obstante creo que estaría bien detenerme algo más en el procesado de mis fotos, alargar el presente, demorarme algo más con cada una de ellas o con cada serie y contener el ansia por lo nuevo y por eso he hecho propósito de elaborar más detenidamente todas estas fotos de agua en el cristal que he acumulado y que darán para varias series.

No es la primera vez que me ha seducido ese tema, hace ya algunos años la lluvia sobre otra ventana distinta a esta a la que ahora me asomo fue objeto de mis fotos; de hecho una de ellas fue la que elegí para el primero de estos Bocados. Estas son otras de las que hice entonces. Me he contenido y las he dejado tal cual estaban.

Azul (2011)


Sensual (2011)


Aguada (2011)


Visión (2011)


Comentarios

wallace97 ha dicho que…
Parece mentira lo que pueden hacer unas lentes y el juego que permiten con las distancias focales. ¿Quién podría decir que las dos primeras fotos tienen el mismo encuadre?
Maravillosos efectos de bokeh. Preciosísimas fotos.
MJGE ha dicho que…
Pues sí, entre unas cosas y otras las posibilidades se vuelven infinitas. Aun así muchas veces no se te ocurre nada :)

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