Bocados de realidad XXI
En mi modo de entender la fotografía, esa teoría o criterio
que suelo defender y según la cual la realidad debe ser la materia prima con la
que trabaje el fotógrafo se prolonga en el planteamiento de que su objetivo es
extraer de esa realidad una fracción significativa que estéticamente resulte completa
en sí misma, es decir, hacer que los elementos que constituyen la imagen
encajen en una composición equilibrada a la vez que expresiva y conseguir,
claro, que lo que exprese la imagen se ajuste a sus intenciones. A diferencia de
la pintura, donde el pintor, al partir de un lienzo en blanco en el que va
creando la imagen añadiendo pinceladas de color, puede acomodar los elementos a
sus intereses y eliminar, atenuar o modificar la presencia de aquellos que
actúan en contra de sus intenciones, la fotografía parte de una realidad
material y se ve obligada a luchar o a dialogar con ella para acomodarla a lo
que pretende. Esa realidad a veces se muestra esquiva y terca, se empeña, por
ejemplo, en colocar en la escena elementos indeseados si la tomamos desde el
punto de vista que habíamos considerado idóneo, o en no darnos el suficiente
espacio para que entre en escena todo lo que nos gustaría que apareciese. Esa
batalla o conversación con la realidad, a mi modo de ver, forma parte del hecho
de fotografiar y constituye una gran parte de su atractivo. Si el fotógrafo no
es capaz de resolver esos inconvenientes que le impone la realidad el resultado
será una mala fotografía o una fotografía mediocre: la mirada del observador se
irá hacia donde no debe y el mensaje quedará distorsionado, el motivo quedará encajonado,
sin aire, falto de información, incompleto o tendrá otros defectos.
Entre luchar y dialogar con la realidad siempre es mejor
dialogar. Luchar con la realidad quiere decir intentar que la fotografía sea perfecta,
mantener a raya a la realidad, pretender hacer en la calle una fotografía de
estudio, lo cual es absurdo. Es mejor entender que la realidad es nuestra
materia prima, aquello que formaliza nuestras fotos por lo que hay que llevarse
bien con ella y, sin llegar a la sumisión, dejarla a veces que irrumpa en la
imagen, que forme parte de ella, que tenga su protagonismo; eso suele sentarle
bien al resultado, le da vida.
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